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Bronca y resignación de los usuarios en el primer día hábil sin la Linea A

Aunque menos por las vacaciones, los pasajeros del Oeste debieron buscar alternativas para llegar al microcentro. Los micros auxiliares que prometió el PRO no estuvieron. Y los comerciantes vinculados a la línea ya cuentan las pérdidas.
Desde que a mediados de diciembre el gobierno de la Ciudad anunció el cierre de la línea A de subterráneos por dos meses, las primeras sensaciones de sorpresa y reclamos dieron paso a las emociones del último viaje en los vagones de 99 años de antigüedad. Ayer, en el primer día hábil sin el servicio, volvió la bronca, el caos de tránsito, y la resignación de los usuarios.
"La gente tendrá que buscar otras formas de viajar y los comerciantes deberán negociar con Metrovías sus contratos de alquiler", sentenció Mauricio Macri la semana pasada. Unas 160 mil personas -o menos en las vacaciones de verano, pero es imposible saber cuántas menos- estarán diseminadas durante dos meses por la avenida Rivadavia y sus adyacencias, intentando suplir de la mejor forma posible al medio de transporte más rápido y masivo que tiene la ciudad.
A las 7 de la mañana de ayer, la zona de Carabobo era un hormiguero, con muchos pasajeros de la Zona Oeste que buscaban formas alternativas de llegar al microcentro. "Yo en un mes hago de todo, y ellos con 200 tipos, día y noche, no pueden hacerlo en menos tiempo", ironizó Matías Sánchez (35) mientras esperaba el colectivo 36, rumbo a su trabajo administrativo, al que ya llegaba tarde. Una de las principales críticas apuntó a la promesa original del macrismo de que iban a incorporar micros auxiliares, que finalmente no se concretó. "También dijeron que iba a haber más frecuencias. La verdad, no se ve", se lamentó Diego Tergolilli (39).
En medio de las dársenas de colectivos de Plaza Miserere, repletas de pasajeros que llegaban de la estación de tren, Jonathan, inspector de la línea 5, comentó que "aumentó un 60% la cantidad de gente en bondis. Intentamos poner coches con menor recorrido y más frecuencia para levantar más gente, pero en esta época hay muchos choferes de vacaciones". Y agregó: "Es ridículo parar dos meses; al menos podían poner micros escolares como hacen con el (tren) Sarmiento." La estación Once tuvo un 30% más de afluencia de público: muchos eligieron subirse en Flores y Caballito.
El tránsito fue otro punto problemático. En Caballito, Congreso y Once, se sumó un corte de luz que incidió en los semáforos, y en la 9 de Julio, las obras por el Metrobus. A pocas cuadras, bajo la superficie, Ceferino Domínguez Aguilar esperaba sentado en el suelo en la combinación de las líneas A y D, a que alguien le diera alguna contribución monetaria por su ceguera, como lo hace desde 1992. Al mediodía, resignado, se retiraba en medio de la soledad del pasillo: "No junto ni para comer, lo que más hice es avisarle a la gente que la A está cerrada."
Mientras tanto, persiste la incertidumbre de los 56 comerciantes de la línea A que ayer tuvieron su primer día de inactividad. Esta semana habrá un encuentro entre Metrovías, la Ciudad y el Sindicato de Vendedores de Diarios y Revistas, que propone que los deriven a estaciones nuevas de otras líneas que hoy no cuentan con negocios. Carlos Pintos, el dueño de un bar ubicado en la estación Plaza de Mayo, calculó pérdidas económicas por unos 40 mil pesos.
El cierre de la línea que corre bajo las avenidas de Mayo y Rivadavia, también incidió en el trabajo cotidiano de los comercios ubicados en las estaciones que tienen combinaciones con la A, como es el caso del kiosco de revistas de Catedral (Línea D), que conecta con Plaza de Mayo. Rubén Sosa, que lo atiende desde hace 24 años, tuvo ayer un 40% menos de ventas. Karina, empleada de un maxikiosco en la combinación entre la E y la A, graficó: “a esta altura de la tarde, recaudábamos más de 1000 pesos. Hoy, no llegamos a 700.”
A las pérdidas económicas de estos negocios se agregaron las de otros en la superficie, a metros de las bocas del subte, cuya clientela se basaba especialmente en los usuarios de ese transporte. Es el caso de Patricio, titular de un kiosco en Rivadavia al 6300, frente a la estación Carabobo. Ayer, sus ventas cayeron más de un 20 por ciento. "No sé qué gana Macri cerrándolo dos meses; quizás sabe que lo va a hacer más rápido, tira ese plazo largo y después sale triunfante a decir que lo hizo en menos tiempo", conjeturó. El pasajero Sánchez tiró otra hipótesis: "Esto es un negocio de Macri para que las empresas de colectivos donde él tiene participación ganen más plata."

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